jueves, 10 de junio de 2010

Entre orquídeas y canela.



Espejismo de tu amor incandescente,

Que en murmullos se agazapa sutilmente,

Es cruda, la fiel realidad e intermitente,

Que hace a la vida convenir con tu creciente.


Fuerza la cresta de tu ola y en su arrullo,

Duerme un dolor acunado entre murmullos,

Y en tu sentir primigenio, que atesoro,

Guardas la estrella simiente que yo adoro.


Oro en papiros derramados con el arte,

Que hace a los príncipes, en jauría, desearte,

Yerguen sus pómulos en tropel, cautivos,

Hincan el ojo en tu verbo y quedan fríos.


Huera humedad que se derrama tibia,

Donde los jeques hienden su alfanje,

Que tanto en Soria, en Jordán o en Libia,

No hay clamor que tu decencia zanje.


Mira la cúspide que silente inflama,

En un gemido que solo oye el alma,

Se funde en un crisol en llamas,

Se columpia hasta perder la calma.


Y en el éxtasis postrero se adelanta,

A verter cada gota, de vida, derrochada,

Escurriéndose como una ardiente manta,

Que abriga aquella orquídea deshojada.


Más tarde, el hedor de miel y canela en rama,

Difunde en el aire de la umbrosa estancia,

Y con mirada yerma enfocada en la distancia,

Los brazos de Morfeo te elevan de tu cama.


Horacielo


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