sábado, 5 de junio de 2010

Entre el arpa y la guitarra.



Diadema rubí que espera,

Un mastín y una ginesta,

Verde, azules y dorados,

Del campo de primavera,

Arrebolando al costado.


Triste fluir de oquedades,

Que lanza el corazón canoro,

En su cetrino interludio,

Pié en abismo, monte alto,

Vista yerma, oyendo un coro.


Que en anhelante suspiro,

Gime, llora, sufre y quema,

El incienso de su hoguera,

Por este ser que se apresta,

A inmolar su vida entera.


Tristeza de haber nacido,

Con ese sello en la frente

Que lo condena indolente,

A ocultarse en el olvido,

De esa que miente y niega.


Cavilando en su simiente,

Que con despectivo endecho,

Dejo su cuero desecho,

Manos de sangre, vertiente

Carmín que el pecho segrega.


Ultimo grito al vacío,

Nadie que le conteste,

Ceño fruncido, arrebato.

Roza el frío del sepulcro,

Moja sus pies en la muerte.


Piedras, barranco, tinieblas,

Lo alientan a que despeñe,

Se aproxima hasta el abismo,

Mira a la parca y sonríe...

entregándose, él mismo.



Horacielo